Última noche en Sittard, cinco horas nos separan del viaje de retorno y casi todas las metáforas se han consumido, igual que las fuerzas. Ahora que se quema una etapa, la más cruel del guión, sólo buscamos aire, sólo sofa y mimos. Los jugadores reclaman oxígeno porque han invertido con generosidad. El ánimo, el ímpetu, son bienes escasos y el grupo reivindica pausa, cambio de escenario, porque las tripas presagian que queda tarea. No tan extenuante, pero en abundancia. Han zarandeado mente, han castigado cuerpo en tierra extraña y, sin embargo, la implacable realidad revela que si cada jornada en el maratón liguero, cuarenta y dos, es un kilómetro, sólo se han corrido los metros de la basura, esos que pocos recuerdan.
El grupo necesita bajar el ritmo, pide hábito, pisar alfombrilla de bienvenida frente a puerta amiga, porque así, ya lo decíamos, la fatiga y la responsabilidad se diluyen entre acciones cotidianas. No es lo mismo morir en barro que en tu cama. Y puestos a sufrir que sea en escenario amable.
La jornada comienza pronto, intercambiando diagnósticos y arrastrando los pies. Como hay partido esta tarde la expedición acude al catálogo: paseo, activación y charla. Entre la primera actividad, alrededor del hotel, y la segunda, en la cancha de baloncesto, sólo hay dos alturas. Ningún jugador sube por las escaleras, todos ascensor. Ni un peldaño se regala ya. Cuando se usa con tanta frecuencia la palabra límite para definir estado terminas creyéndolo, asumiendo que existe uno. Y buscas en el lenguaje, en el término, la excusa para entregar las armas. Los jefes van recordando al personal en pasillos y salas que ellos no lo quieren, que con la ambición no se trafica y que el cometido es tan infinito como deseen. Basta arrasar los margenes.
Llegamos apurados al estadio. El fútbol en Holanda, tiene razón el profesor, es diferente. Acostumbrados, como estamos, a competiciones exigentes donde el resultado, ganar o perder, es lo único, sorprende la comunión, la conexión rozando lo familiar, entre afición y equipo por encima de números. Antes de cada encuentro los futbolistas se mezclan con aficionados en los aledaños, sin vallas ni espacios acotados, el entrenador local anuncia personalmente en el Mallorcafe de turno la alineación que sacará y cuando acaban, ponga lo ponga el marcador, el equipo da una vuelta al cesped aplaudiendo, agradeciendo apoyo, al respetabe. Esto sólo es posible desde la implicación, la responsabilidad de ser imagen de un escudo, que tienen unos y el respeto por unos profesionales de los otros. Me gusta este fútbol de cercanías.
El amistoso contre De Graafschad da buenas sensaciones al grupo que, a fuerza de rozarse, se va amoldando. Se empieza a ver, como dicen los cursis, la transferencia del trabajo diario al campo y el equipo es más equipo. Parece que este año habrá más goles de estrategía, aunque es una apuesta amañada dado el registro anterior. Creo que hemos ganado porque un par de chisposos me han felicitado al final. La cena y la tertulia posterior han sido más cortas de lo habitual, casi de compromiso, porque la pizarra de Damià Amer, capitán general del desplazamiento, gruñón semi profesional y entrañable en lo cercano, amenaza con despertador cuando aún los gallos duermen. Da igual, los jugadores hacen la maleta con una sonrisa. Ha sido una paliza, física y mental, pero esto se acaba, volvemos a casa. A lo cotidiano y con ganas.
Por mi parte sólo despedirme, fue un honor acompañar a la expedición a Holanda y aprender muchas cosas, algunas de quienes menos esperaba. También he descubierto que no hay jugadores buenos en equipos que fracasan y que detrás del trabajo hay un método y, detrás de este, un objetivo. Se ha trabajado aquí, y mucho, para empezar a alcanzarlo. Ojala salga bien.
Y ya que nunca suelo hacer locuras me gustaría dedicar esta, ofrecer este diario al trabajo eficaz y callado del grupo de colaboradores y cuerpo técnico que acompaña al equipo, le hace la vida fácil, y que provoca que esta expedición haya entrado, en lo que a organización y eficacia se refiere, en el top tres de los ultimos 20 años, según cuentan. El citado Damià, Vicente, Cesar, Helio, Sebas, José, Manu, Tomeu, Miki, Jaume, Fernando. Para ustedes sólo son nombres, pero entre todos tienen más de 200 temporadas en el fútbol profesional. Más de dos siglos en la mesa de historias y anecdotas de balón. Y tienen la ilusión y el compromiso del primer día. Por ser familia en Holanda y el apoyo, por enseñarme siempre, gracias.
Él infiltrado